Compartimos también una preciosa entrevista que le hicieron los compañeros de la revista Ciclosfera (aquí el enlace a la entrevista en su web.)
Pablo Olías es Titiribici: durante dos años recorrió Latinoamérica llevando su espectáculo de títeres a los rincones más remotos.
¿Por qué lo dejaste todo para viajar?
Por hacer realidad un sueño que arrastraba desde hacía un tiempo: hace ya veintitantos años que viajo en bici y, los últimos 15, me acompañaron las marionetas.
¿Por qué tu medio de transporte es la bici?
Siempre me ha gustado viajar en bici… Te da una libertad absoluta, eres lo menos parecido a un turista, la gente valora que llegues a todos lados con tu propio esfuerzo y, por último, la forma de descubrir los paisajes es única. La belleza de los lugares se multiplica: yo he llegado a llorar de emoción.
¿Qué modelo usas?
Una Fétamà Tibidabo hecha a mano en Espaibici. Estoy muy contento con ella: he viajado durante dos años con 100 kilos encima y no me ha dado ni un problema.
¿Qué hay en esos 100 kilos?
Casi 40, que llevo en el remolque, forman parte del espectáculo: escenario, mecanismos, patas, telón, herramientas, amplificación, las propias marionetas… Y, aparte, todo lo que lleva un viajero: una tienda para tres porque las marionetas duermen conmigo, hamacas…
¿Cuánto cuesta, al mes, rodar por el mundo?
No llega a 300 euros…. Y, en ese presupuesto, incluyo a una chica venezolana que viajaba conmigo, de la que me enamoré y a la que “patrociné” el viaje.
¿Echabas de menos Sevilla?
Eché de menos a la familia y a los buenos amigos, pero no el lugar. No me siento arraigado a ningún sitio, sino a su gente. Me gusta mi ciudad, pero no soy una persona de mucho arraigo, salvo el humano.
Eres arquitecto. ¿No te hubiera gustado dedicarte a tu profesión?
No. En su momento monté un estudio, iba bastante bien… pero el ritmo de trabajo era agotador y me cansé de ello. No era vida. Me gusta mucho la arquitectura, pero no me arrepiento de haber tomado esa decisión… ¡y de algo me ha servido, porque me estoy construyendo mi propia casa!
Así que te has estabilizado…
Y tanto. Me he casado y voy a ser padre, así que paso a una vida convencional. A veces echo de menos algunas de esas aventuras que he vivido, pero puedo decir que estoy complemente feliz.
¿Qué historias cuentan tus títeres?
Más que contar historias, trato de buscar un lenguaje universal, porque llevo el espectáculo a culturas e idiomas muy distintos. Los personajes son músicos, y la historia gira en torno a un libro que cobra vida y va buscando a su dueño: es el diario de un viajero y los personajes son aquellos que ha conocido en su camino.
¿Cómo reciben los niños tus espectáculos?
Cada cultura lo recibe de forma distinta, pero siempre con buen humor. En España y países como Suiza tengo muchísimo éxito, porque las marionetas están muy consideradas y la gente se emociona. Pero en parte de Latinoamérica, por ejemplo, no hay ese gusto estético por las marionetas: a los niños les da igual que utilices un guante que una marioneta que mueve hasta las pestañas y en la que has trabajado durante meses. Eso ha hecho que me haya tenido que comer mi ego y que me diera cuenta de que lo importante era entretener a los niños.
¿Con qué te quedas de tus pedaladas por el mundo?
Lo importantes que son las relaciones humanas. En estos viajes conoces a mucha gente, pero a casi todo el mundo le dices hasta luego… o hasta nunca. Está muy bien embarcarte en aventuras así, pero no más de dos o tres años: creo que hay que cuidar la relación con los amigos y familiares de siempre.